No es casual que las grandes religiones enseñen que el origen de la creación es el son. Para los hindúes el cosmos se origina en la sílaba om: el sonido primordial que todo lo sostiene. Para los cristianos en el principio fue el Verbo: La palabra, o mejor, la vibración. Mantras, cantos y encantamientos se pierden en los arboles del tiempo y están presentes en todas las culturas del mundo y en todas las ceremonias espirituales imaginables.
Hoy sabemos, gracias a la ciencia, que las vibraciones sonoras, al entrar por nuestros oídos, se convierten en impulsos eléctricos que viajan por el cerebro y alcanzan directamente el sistema límbico, que es donde se producen las reacciones emocionales. La música salta nuestras barreras racionales y nos llega directamente al corazón. Esos impulsos eléctricos, por otra parte, generan diversos tipos de onda que determinan nuestros estados mentales: ondas lafa para la atención serena y cretaiva, beta para el pensamiento activo, teta durante la meditación profunda y la entrada al sueño y delta para el sueño profundo. La música influye en nuestros estados psíquicos.
El alma, o la conciencia, no es de este mundo, pero penetra en el mundo a través de la voz. La voz es el reflejo del alma, su proyección en la materia. Es por eso que no podemos dejar de sentirnos afectados por los sollozos de una persona, por el llanto de un bebé o por el canto de un niño.: allí el alma está muy cerca de nosotros.
La música, el sonido, la voz, pueden mostrarnos el camino de regreso a nuestro ser interior. Cuando acabe el día y cese la actividad, siéntate de nuevo en un lugar tranquilo y escucha simplemente todos los ruidos y sonidos que te rodean. Canta, resuena o simplemente vibra una palabra bella o un mantra en tu interior. Abre un espacio en tu mente. Hay un silencio por detrás del ruido del mundo y de los pensamientos. Este silencio suena. Es tu sonido interior. ¿ Lo oyes ?
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